domingo, 15 de marzo de 2009

Lectura y comprensión


Comprender un texto implica un importante esfuerzo cognitivo durante la lectura. Ese esfuerzo es el que permite hablar de la intervención de un lector activo, que procesa y atribuye significado a lo que está escrito en una página, lo cual significa que el lector está construyendo ese significado. En esa construcción interviene, el texto; que debe poseer una estructura lógica, una coherencia en el contenido y una organización tal que favorezca la construcción y, además, y sobre todo, intervienen nuestros conocimientos previos, a partir de lo que ya sabemos, de lo que ya formaba parte de nuestro bagaje experiencial.
Si para la comprensión de un texto intervienen la experiencia de quien lee, entonces podemos decir que cuando se confecciona un texto se debe confeccionar un texto que «llegue» a todos los que lo aborden, es decir, que pueda ser comprendido e interpretado por los potenciales lectores. Por lo mismo, no se espera que todos interpreten lo mismo, puesto que la comprensión que cada uno realiza depende del texto que tiene delante, pero depende también y en grado sumo de otras cuestiones propias del lector: conocimiento previo con que se aborda la lectura; los objetivos que la presiden; y la motivación que se siente hacia esa lectura.
El conocimiento previo constituye todas aquellas representaciones acerca de la realidad que vamos construyendo a lo largo de nuestra vida (valores, sistemas conceptuales, ideología, sistemas de comunicación, procedimientos, etc.). Mediante dichos esquemas, las personas comprendemos las situaciones, una conferencia, una información transmitida en la escuela o en la radio y evidentemente un texto escrito.
Otro factor que resulta determinante de la comprensión es el de los objetivos o intenciones que presiden la lectura. Como ha sido señalado por numerosos autores entre ellos Baker y Brown (1984), comprender no es una cuestión de todo o nada, sino relativa a los conocimientos de que dispone sobre el tema del texto y a los objetivos que se marca el lector (o que, aunque marcados por otro, son aceptados por éste). Dichos objetivos determinan no sólo las estrategias que se activan para lograr una interpretación del texto; además establecen el umbral de tolerancia del lector respecto de su propios sentimientos de no comprensión.
Es decir, nuestra actividad de lectura está dirigida por los objetivos que mediante ella pretendemos; no es lo mismo leer para ver si interesa seguir leyendo, que leer cuando buscamos una información muy determinada o cuando necesitamos formarnos una idea global del contenido para transmitirlo a otra persona.
El tema de los objetivos que el lector se propone lograr con la lectura es crucial, porque determina tanto las estrategias responsables de la comprensión como el control que de forma inconsciente va ejercitando sobre ella, a medida que lee. Esto es un poco difícil de explicar, pero ocurre. Mientras leemos y comprendemos, todo va bien y no nos damos cuenta de que estamos no sólo leyendo sino además controlando que vamos comprendiendo. Es lo que Brown (1980), llama «estado de piloto automático».
El control de la comprensión es un requisito esencial para leer eficazmente, puesto que si no nos alertáramos cuando no entendemos el mensaje de un texto, simplemente no podríamos hacer nada para compensar esta falta de comprensión, con lo cual la lectura sería realmente improductiva .
Por último, para que alguien pueda implicarse en la actividad que le va a llevar a comprender un texto escrito, es imprescindible que encuentre que ésta tiene sentido. En otro lugar (Solé, 1990), y a partir del concepto de «sentido» (Coll, 1988), he considerado que para que se pueda atribuir sentido a la realización de una tarea es necesario que se sepa lo que se debe hacer y lo que se pretende con ella; que la persona que tiene que llevarla a cabo se sienta competente para ello; y que la tarea en si resulte motivante.
Par que una persona pueda implicarse en una actividad de lectura, es necesario que sienta que es capaz de leer, de comprender el texto que tiene en sus manos, ya sea de forma autónoma ya sea contando con la ayuda de otros más expertos que actúan como soporte y recurso. De otro modo, lo que podría ser un reto interesante – elaborar una interpretación adecuada – puede convertirse en una seria carga, y provocar el desánimo, el abandono, la desmotivación.
En síntesis, debo concluir que leer es comprender, y que comprender es ante todo un proceso de construcción de significados acerca del texto que pretendemos comprender. Es un proceso que implica activamente al lector, en la medida en que la comprensión que realiza no es un derivado de la recitación del contenido de que se trata. Por ello, es imprescindible que el lector encuentre sentido en efectuar el esfuerzo cognitivo que supone leer, lo que exige conocer qué va leer y para qué va a hacerlo; exige además disponer de recursos.- conocimiento previo relevante, confianza en las propias posibilidades como lector, disponibilidad de ayudas necesarias, etc.- que permitan abordar la tarea con garantías de éxito; exige también que se sienta motivado y que su interés se mantenga a lo largo de la lectura. Cuando esas condiciones, en algún grado, se encuentran presentes, y si el texto se deja, podemos afirmar que, en algún grado también, el lector podrá comprenderlo. Ahora bien, ¿podemos afirmar que en ese caso podrá también aprender a partir del texto?
Basado en: SOLÉ, Isabel (2000) Estrategias de lectura, Barcelona, Editorial GRAÓ.

Estrategias de comprensión lectora

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