domingo, 15 de marzo de 2009

La lectura y la escuela

La escuela es la encargada de enseñar a leer con el objetivo de emplear la lectura para el aprendizaje. El aprendizaje de la lectura se extiende a lo largo de toda la escolaridad, no termina cuando el alumno aprende a decodificar los signos gráficos, ya que como hemos señalado saber leer, no es saber descifrar.
La condición básica y fundamental para una buena enseñanza de la lectura en la escuela es la de restituirle el sentido práctica social y cultural, de tal manera que los alumnos entiendan su aprendizaje como un medio para ampliar sus posibilidades de comunicación, de placer y de aprendizaje y se impliquen en el interés por comprender el mensaje escrito.
Dar razones para leer, multiplicar y variar las situaciones de auténtica lectura es el principal reto para una renovación educativa que debe superar el enquistamiento generalizado en los hábitos rutinarios de lectura. El papel de la lectura no es leer para aprender a leer, sino leer por un claro interés por saber lo que dice el texto para algún propósito bien definido. Y es desde esta óptica que los enseñantes deben plantearse el acceso a la lengua escrita a partir de las múltiples situaciones que la vida de la escuela les ofrece. Tanto el espacio ambiental (las paredes de la escuela, las marcas publicitarias de las prendas de vestir, los libros de cuentos y el material escolar, los papeles de secretaría, etc.) como los sucesos de la vida cotidiana y los contactos de la escuela con el exterior (un aviso, una invitación una excursión, los acuerdos de una reunión, la correspondencia, etc.) y, sobre todo, las diversas tareas de aprendizaje que la escuela se propone llevar a cabo están llenas de incitaciones a la lectura y ofrecen su contexto natural sin mas problemas que la necesidad de organizar convenientemente su utilización.

La integración de la actividad lectora en contextos reales comporta implícitamente la conciencia, por parte del lector, de los objetivos y la intención de su lectura. El alumno sabe que debe leer un texto para buscar una dirección, memorizar un poema, preparar una exposición o comprobar unos datos. La conciencia explícita de estos objetivos le proporciona la pauta para regular la lectura como medio para conseguirlos y le permite elaborar criterios para evaluar su comprensión. Es decir, al representarse mentalmente la actividad que se propone realizar, el lector puede coordinar su capacidad de saber leer con su capacidad para saber cómo debe leer para aquella finalidad concreta (de manera repetida y con detenimiento para la memorización, selectiva y rápida para la comprobación) y, al mismo tiempo, esta representación mental le sirve también de patrón para decidir cuándo la lectura ya ha sido realizada de manera satisfactoria para su interpretación.

Es por este uso real, pues, que el acto de lectura activa e integra todos los procesos y conocimientos que son necesarios para su funcionamiento, y es ahí donde el alumno experimenta la tensión de dotar de significado a un texto y se siente incitado a esforzarse porque quiere servirse de la información que éste contiene.

Basado en: COLOMER, Teresa y CAMPS, A (1996) Enseñar a leer, enseñar a comprender, Madrid, CELESTE EDICIONES.

1 comentario:

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